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¿Cómo he llegado aquí?...

 
Post #1


¿Cómo he llegado aquí?...¿Cómo he llegado aquí?...La pregunta surgió de forma repentina, mientras era llevado en silla de ruedas desde mi habitación hasta el consultorio del gerontólogo que se había encargado de mi caso. Cuando se abrió el ascensor, pude ver que mi apariencia física se había deteriorado considerablemente. Recuerdo que mi último cumpleaños, fue el número 47, y sin embargo, mi imagen en el espejo me devolvía la de un hombre de unos 70 años. Mi cabellera de color negro azabache, había desaparecido casi por completo. El cabello que me quedaba era blanco, por decir algo. Mi rostro surcado por arrugas, había perdido el color rosáceo que durante años tuve, y mi cuerpo ya no exhibía la musculatura que había logrado desarrollar a lo largo de todos los años que estuve entrenando. Mis manos ya no eran ni la sombra de aquellas manazas capaces de todo.¿Qué me había sucedido?Levanté lentamente la mirada, y pude ver al enfermero que me llevaba. Era un negro fornido, de cara amable, labios carnosos, calculo 1,90 de altura, embutido en un uniforme blanco de licra, que detallaba su musculado cuerpo a la perfección. Sus hombros redondeados, grandes brazos, pechos a prueba de balas, espalda de acero, abdominales sublimes, cadera reducida que abría paso a un vientre receptor y depositario de un sexo descomunal y a unas piernas grandes y musculadas como troncos? Hasta sus pies parecían capaces de reventar las zapatillas que a duras penas los envolvían. Me devolvió la mirada. Sonrió. No fui capaz de articular una sola palabra durante todo el trayecto hasta el consultorio. La imagen del enfermero seguía revoloteando mi mente, pero en un nivel más profundo, no sabía qué me había sucedido.El pasillo era blanco en su totalidad. Creo que recorrimos unos 50 metros hasta la puerta del consultorio. El enfermero abrió la puerta y me dejó con el doctor. Cuando lo miré, pude recordar cómo, por qué y sobre todo por quién había llegado yo allí.Un viernes de otoño, había salido tarde del trabajo. Llovía. Mi esposa me había dejado hacía un mes, y ya era un hombre divorciado, con total libertad. Tomé el camino más corto para llegar al gimnasio donde había entrenado durante los últimos 20 años, y una de las causas de mi fracaso matrimonial. La que fue mi pareja nunca pudo o quiso comprender la naturaleza de mi relación con el gimnasio. Ella prefería la pintura y la escultura y sus exposiciones en galerías y museos. Yo prefería el ejercicio, las máquinas, el sudor, el dolor de las agujetas y salir de la ciudad. Estábamos en dos mundos diferentes.Esa noche en el gimnasio, no había muchas personas. De hecho, los amigos con los que solía entrenar, no estaban. Después de efectuar mis primeros estiramientos, empecé a calentar mis piernas para entrenarlas a fondo, como hacía todos los viernes.Habían transcurrido dos horas desde que llegué a entrenar y el calor de los ejercicios me había causado sed. Fui hacia la máquina vendedora a buscar botellas de agua. Ella estaba allí, también, comprando bebidas energéticas. Hizo su selección, introdujo las monedas y luego, las bebidas no salieron. Al principio, le dio un par de toques a la máquina. Yo me ofrecí a ayudarla. Empecé a revisar los códigos y las bebidas que había ordenado. Hice la prueba con mis botellas de agua. Salieron sin problema. Ella se cabreó. Le dije que hablara con el encargado sobre el problema. Me contestó que ya iba de salida y que no tenía tiempo para eso. Le dije que ya iba yo a hablar con él, y ella me agarró por el brazo y me pidió que no dijera nada de lo que vería a continuación. Yo le dije que por mí no habría problemas. Ella metió sus manos en el borde metálico de la puerta de la máquina y la abrió igual que si fuera de papel. Había reventado la cerradura de seguridad. Cerró la puerta, tomó sus bebidas, me sonrió y se fue. Yo no daba crédito a lo que había visto. Fui a hablar con ella. - ¿Cómo lo haces?- ¿Qué?- Lo de la máquina. Tú sabes a lo que me refiero. Me miró y sonrió. Agarró mi mano y escribió un número de teléfono en ella.- Llámame en dos horas, y te daré una dirección.- Así lo haré.Continué con mi entrenamiento de piernas y glúteos como si no hubiera visto nada. Una vez que había terminado, pasó a mi lado el encargado, con cara de pocos amigos.- A ver tío, dime ¿qué te pasa?- Joder macho. Es la tercera semana seguida que me joden la puerta de la máquina expendedora. No sé cómo ni quiénes lo hacen. Pero ya estoy hasta los huevos? Cuando encuentre a quien me hace esto, va a llevar de hostias?- Vale, mejor tranquilízate? Es viernes. Y yo ya me voy. Te lo pagará el seguro.Me subí al coche y me fui a casa. Me duché y me vestí para la ocasión. Llamé desde mi móvil. Ella respondió. Me dio la dirección que anoté en un papel. Agarré una botella de vino de la vinoteca y conduje hasta su casa. Estaba ubicada en las afueras, rodeada por un muro alto, que terminaba en una verja de entrada que se abrió apenas me acerqué a ella. Entré y la verja se cerró. Subí por una colina hasta llegar a la casa de dos plantas, donde ella me esperaba de pie en la puerta. Me detuve a mirarla. Se había puesto unos tacones que la hacían ver más alta de lo que era. Un vestido negro ceñido a su cuerpo, que no llevaba ropa interior en ese momento. Y un cabello arreglado. Era justo lo que necesitaba para pasar el fin de semana.- Hola, le dije- Bienvenido- Te he traído esta botella de vino?- AdelanteSu casa por dentro no era ostentosa ni lujosa. Había varios salones, pero sus puertas estaban cerradas. Me invitó al comedor, iluminado con candelabros, donde ya se había dispuesto una cena para dos. Además de nosotros, también estaban un mesonero y una cocinera, que nos servían los platos. Una mesa alargada, las velas y nosotros cuatro éramos toda la decoración de la estancia. Ella se puso en un extremo de la mesa, y cuando fui a acercarle la silla para que se sentara, me di cuenta que no pude moverla ni un milímetro. Ella la agarró y la movió para poder sentarse.- Siéntate, me dijo. Así lo hice.Cuando me fui a sentar, me pasó lo mismo otra vez. Por más que lo intenté, no fui capaz de mover la silla. Ella miró al mesonero y él fue quién la acomodó.- ¿Cómo lo hacéis?- ¿A qué te refieres?- Pues tú lo de la máquina expendedora, lo de las sillas ahora? Me haces sentir como un alfeñique y no soy ningún alfeñique.- Es una larga historia.- Tenemos toda la noche.- Primero vamos a comer.El mesonero y la cocinera empezaron a servirnos los distintos platos que habían preparado para la cena. Entrantes, sopas, primeros, segundos, postres, todos los platos desfilaban delante de nosotros. Ella comía con una avidez propia de un hombre. Yo, a pesar de ser hombre, tenía que comer a marchas forzadas para poder mantener el ritmo que ella marcaba. Se bebió la botella de vino de un trago. Sin embargo, descubrir el misterio sobre ella era mi mayor inquietud en ese momento. Cuando habíamos terminado de comer, nos ofrecieron un café. Estaba algo amargo para mi gusto, pero siempre viene bien. Ella me invitó a un salón ubicado en el piso de arriba de la casa. Subimos los dos. Las escaleras que daban al piso superior, llegaban a una única puerta, que estaba abierta cuando llegamos. Pasamos los dos y ella la cerró. Había un salón con todas las comodidades habituales: chimenea, alfombras, sofás, TV, una mesa de billar y un bar. Y hacia el final, la puerta de una enorme habitación se adivinaba. Me invitó a sentarme en un sofá para dos, y me ofreció una bebida del bar. Se disculpó y se fue a la habitación. Yo me dispuse a esperarla en el sofá y encendí la TV. No tardó mucho en volver.No podía creer lo que tenía delante de mí. Se había desnudado completamente, y ahora podía ver sin perder ningún detalle, cómo es el cuerpo de una verdadera amazona. Se acercó a mí lentamente, y se sentó a mi lado. Pude ver que sus piernas eran tan anchas como las mías. Me miró a los ojos. Y acercó sus labios carmesí a los míos. Nos abrazamos. Nos besamos con locura. Su lengua se convirtió en un elemento explorador de mi cuerpo. Así. Su lengua se introdujo dentro de mi garganta, y bajó por mi esófago hasta alcanzar mi estómago. Cuando me percaté de ello, quise separarme de ella, pero su abrazo era tan fuerte y sólido que no pude separarme. Su lengua siguió recorriendo mis entrañas, atravesó mi estómago, siguió hacia los intestinos y regresó. En el momento en que sentí que salía de mi cuerpo, ella me soltó y pude recomponerme. Ahora sí, estaba asustado.- ¿Qué haces? Le grité- Sólo me alimentaba, de ti, me dijo.- No lo volverás a hacer, le dije. Ella sonrió. Yo empecé a correr por el salón.Empecé a arrojarle objetos a ella, mientras mis fuerzas todavía me respondieran. A ella le rebotaban en el cuerpo, y no le hacían el menor daño.- Entiende que no te quiero hacer daño, aunque podría y no habría testigos, me dijo.- Yo no sé qué cosa eres tú, no quiero saber nada de ti, le grité- Yo necesito que me hagas el amor.Aquella sugerencia me desconcertó. ¿Cómo podría hacer el amor con alguien sobrenatural? ¿Con una mujer de fuerza y naturaleza sobrehumana? Ella aprovechó mi desconcierto para cargarme sobre sus hombros y llevarme a su cama. Una cama gigantesca. Me acostó y ella se colocó encima de mí y sus brazos y sus piernas me inmovilizaron por completo. Me colocó unas esposas en manos y pies, y con sus manos desgarró toda mi ropa. Al final quedamos desnudos nosotros dos. Ella y Yo teníamos nuestros sexos depilados, con el tamaño del sexo de los adultos. Me pidió que me tranquilizara.- Relájate, por favor- Vale, le dije. Pero no quiero que me vuelvas a hacer lo que me hiciste.- No lo haré lo prometo.Se levantó de la cama y abrió la puerta. Afuera estaban el mesonero y la cocinera, ambos desnudos. Vistos con luz, eran muy distintos de los que había visto durante la cena. Eran una pareja afroamericana. Ella de estatura mediana y cabello corto, pero con una musculatura claramente definida. Y buenas tetas y culo. Él, él era una montaña andante. Parecía tener dos metros de altura y estar hecho de mármol. Su sexo depilado o no, era descomunal. Sus piernas mostrabas las venas que te dejan años de entrenamiento. Ella se alegraba de verlos así, al natural. ?Ya veréis lo bien que lo vamos a pasar?, les dijo. ?Este espécimen promete emociones fuertes?. Los 3 me rodearon en la cama.- Bien, es hora de empezar a divertirnos, dijo ella. La otra pareja estuvo de acuerdo.Ella empezó besándome. Al principio tuve miedo, pero cuando ella me demostró que cumpliría con su palabra, me dejé llevar. Sentí una boca lamiéndome mi polla. Era de la cocinera, que empezaba a lamerme los huevos y toda mi polla, que se empezaba a endurecer. Él por su parte, se acostó en el otro extremo de la cama. Introdujo su cara en la entrepierna de ella, mientras la cocinera se ocupaba de nuestras pollas. Estuvimos así durante largos minutos, hasta que ella se separó de mí. Cuando vio mi polla erecta, me sonrió. Le pedí que me quitara las esposas, que me gustaría participar más. ?Sí. Te voy a quitar las esposas?, me dijo. Las rompió con sus manos. Las cuatro esposas. Mientras tanto, la cocinera tenía para sí la viga de acero en que se había convertido el pollón del otro tío. En una oportunidad, se la sacó entera de la boca, y pude ver aquella polla entera y erguida. De repente, nos miramos él y yo. Y asintió con la cabeza. Entendí que podía chuparla y a ello me puse. Empecé con la cabeza, que era descomunal, rosada y estaba botando las primeras gotas de líquido. De repente, tenía la imperiosa necesidad de tener esas gotas dentro de mí. Y las chupé. Y las volví a chupar. Y así, una y otra vez. Y volvían a salir. Y mientras más gotas salían, yo más chupaba, mayor era mi necesidad de ellas. No entendía qué me estaba pasando. Pero me daba igual. Me había concentrado tanto en la polla y en sus brotes de semen, que no me di cuenta del momento en que estábamos haciendo un 69 las dos parejas que estábamos allí. Y muy divertidos. Ellas por su parte, estaban chupándose sus coños depilados mutuamente, en una imagen que me recordaba los helados con chocolate y chocolate blanco. Gemían de placer. Él, mientras tanto, se había metido mi polla en su boca y me la chupaba con mis huevos y todo. Él introdujo un dedo en la vagina de la cocinera y luego me lo introdujo por mi ano, que no ofreció ninguna resistencia. Su dedo era gordo y excitante. El sudor se había hecho presente en nuestros cuerpos. Yo seguía a lo mío. No podía dejar de chupar aquella polla. Y sin embargo, no paraba de salir semen de allí. Era adictivo. Y de repente, se produjo un cambio en mí, que no me esperaba.Sentía que las agujetas de mis piernas habían desaparecido. Le dije a él ?Oye, voy a parar un momento, ¿vale??. Me puse de pie, y noté algo extraño. Me fui al baño de la habitación, y pude ver qué me había sucedido. Mi cuerpo había crecido. Estaba mucho más musculado, tenía mayor definición, menos grasa corporal y hasta mi polla era mayor de como la recordaba. Ellos también se detuvieron y me miraban desde la puerta del baño. Sonreían. ?No sé qué hacer?, les dije. Ella me dijo: ?Vuelve a la cama?. Le dije ?Llévame tú?. Ella se acercó para cargarme como lo había hecho hacía apenas un par de horas y no pudo levantarme. - Ahora no puedo contigo, me dijo. Eres de los nuestros.- Vaya, le dije. ¿Y qué tan fuerte soy ahora?, pregunté- Golpea esa pared al fondo, me dijo. Golpeé la pared, sin muchas ganas. Abrí un hueco.- Vaya!Volvimos a lo que estábamos haciendo. Pero esta vez la cocinera se puso a chuparme la polla y la dueña puso su coño en mis labios para que se los chupara. El sabor de sus fluidos vaginales era más adictivo que el semen del mesonero. Él se había puesto de pie para permitirle a ella que le chupara la polla. Estuvimos así no sé cuánto tiempo. Hasta que la cocinera dijo que quería una penetración doble. Y que me quería por delante. Él se puso de pie, y la levantó para penetrarla por detrás. Yo le introduje mi polla por su vagina. La cocinera por su parte, empezó a mover las caderas rítmicamente. Y los dos empezamos a introducir nuestras pollas en su cuerpo. Era tan excitante. Sentir el líquido que lubricaba la vagina de la cocinera, que me abrazara y me besara. Sentir la vibración de la polla del mesonero, dentro del ano de ella, y sentirla tan cerca de la mía me la ponía aún más dura. El mesonero me miró y me dijo: ?¿Aguantarás??, a lo que yo le respondí: ?Si aguantas tú, también aguanto yo macho?. De repente, me miró como enloquecido y me dijo: ?Acabemos?. Sentí cómo se ensanchaba la polla del Mesonero, mientras depositaba su semen en la cocinera. Yo sentí el ensanchamiento de la mía, mientras depositaba mi semen en la vagina de ella. El palpitar de su vagina se aceleraba y ella en un momento de éxtasis, nos dijo: ?Os voy a ordeñar?. Y apretó su ano y su vagina contra nuestras pollas y no pudimos sacarlas. La cocinera sonreía. ?Estáis bajo mi control? Quiero más?. Y empezó a mover sus caderas rítmicamente como al comienzo. Y el Mesonero y Yo también empezamos. Al comienzo tuve mis dudas, de si podría aguantar, pero ya no. Ya no tenía dudas. Podía seguir en este acto sexual al mismo ritmo que ellos. Y así lo hice. Cuando hicimos la segunda entrega, relajó su ano y su vagina y nos permitió salir de ella. La Cocinera se fue a lava al baño, mientras el Mesonero y Yo nos acostábamos en la cama. Ella, por su parte, se había masturbado salvajemente con todos los juguetes sexuales que tenía. Eran unos 12 y ninguno tenía baterías para funcionar. Nos miraba desde el extremo de la cama. ?Se me ha ocurrido una idea?, nos dijo. ?Vais a flipar?.Me dijo que quería verme follándome al Mesonero. Yo le dije que por mí estaba bien, y él dijo que también. El Mesonero me sonrió y empezó a besarme. Puse mis brazos, que ya eran del mismo tamaño que los suyos, alrededor de su pecho, y me puso encima de él. Me acarició mi ano, y en ese momento, sentí cómo mi lengua empezaba a crecer dentro de la boca de él. Me asusté al principio, pero como su lengua también creció dentro de mi boca, seguimos besándonos. Y nuestras lenguas siguieron su recorrido dentro de nuestros cuerpos. Estuvimos así hasta que sentí que me pedía que lo penetrara. Se puso de espaldas a mí, y me dejó que lo penetrara profundamente. El Mesonero abrió sus nalgas para que yo encontrara su ano con más rapidez. Lo hice. Introduje la cabeza de mi polla en su ano, primero con suavidad y luego con más fuerza. Con cada embestida aumentaban mis ganas de estar con él y con todos. Le empujada mi polla con tanta fuerza, y tenía tanta dureza mi órgano que no me era necesario agarrarlo por las caderas. Sentí mis manos liberadas y me dediqué a flexionar mis bíceps y mostrar lo poderoso que era. Lo hice gemir, gemir, gemir de placer. Lo abracé por el pecho, para mezclar nuestros sudores, le besé en el cuello y me puse de pie con él. Lo penetré con mayor profundidad. Con una mano le agarré la polla que para mi sorpresa estaba flácida, y con la otra, pude soportar su cuerpo. Ella se había metido en el baño y estaban dándolo todo, por lo que se oía. Ver nuestros cuerpos unidos en un espejo de la habitación me puso todavía más cachondo de lo que ya estaba. Saqué mi polla de su cuerpo y me tumbé en la cama. Él se sentó sobre mi polla y empezó a mover sus caderas. Le pedí que apretara el ano, que eso me ponía, y él obediente, lo hizo. Me pidió que acabara, que ya no podía más. Y le hice entrega de mi tesoro más preciado: mi semen. Fue una entrega explosiva, total, purificadora. Sentía mi semen salir de mis entrañas y llegar a su destino final. Cuando terminé, el Mesonero, aquel que me había intimidado con su presencia física, se acostó a mi lado, me sonrió y me besó delicadamente en los labios.Pasamos juntos ese fin de semana. Los cuatro. Sin salir de la habitación. Lo que hicimos no era de este mundo. Mantuve mi forma física durante muchos años, durante los cuales hice con mi cuerpo lo que quise y sin tener rivales para mis capacidades sexuales y físicas. Pero al no encontrarnos nuevamente los 4, esas capacidades fueron disminuyendo. Hasta hoy.
04-27-2021, at 11:05 AM
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